jueves, 26 de julio de 2007

El hechizo más poderoso

Qué poderosa, qué estimulante para la misma facultad que lo produjo fue la invención del adjetivo: no hay en Fantasía hechizo ni encantamiento más poderoso. Y no ha de sorprendernos: podría ciertamente decirse que tales hechizos sólo son una perspectiva diferente del adjetivo, una parte de la oración en una gramática mítica. ("Sobre los cuentos de hadas", en MC:150)

El poema Mythopoeia, publicado en versión bilingüe en el volumen Árbol y Hoja, es un terreno fértil para hurgar y hallar palabras cuyo examen minucioso será probablemente el mejor camino hacia las profundidades. A continuación quiero echar una ojeada sobre los adjetivos (y los sustantivos a los que acompañan) de un fragmento muy particular:

God made the petreous rocks, the arboreal trees,
tellurian earth, and stellar stars, and these
homuncular men, who walk upon the ground
with nerves that tingle touched by light and sound.

La traducción dice así:

Dios hizo las rocas pétreas, las plantas arbóreas,
la tierra telúrica, los astros estelares,
las criaturas homúnculas que andan por la tierra
con nervios que el sonido y la luz estremecen.

Valga por el momento la traducción para tener una idea general del fragmento y su significado. En los tres primeros versos hay un juego de palabras curiosísimo y repetido cinco veces: el uso de adjetivos que significan prácticamente lo mismo que el sustantivo al que acompañan. Decir "la roca pétrea", "el árbol arbóreo", "la tierra telúrica", etc. es una redundancia, casi, casi lo mismo que decir "el metal metálico".

Pero ¿por qué no es exactamente lo mismo? Por varias razones (que en realidad son la misma). Comencemos por la más sencilla:

(a) por fonética. Todos los sustantivos son breves, se escapan de los labios en un suspiro: men, earth, trees. Sus adjetivos, en cambio, nunca tienen menos de dos sílabas, y llegamos a cuatro en homuncular: el tiempo que un inglés tarda en decir esta sola palabra otro lo aprovecha para soltar toda una oración, incluso la que (según fuentes autorizadas) es la frase más triste que produjeron la lengua o la pluma: It might have been.

(b) por registro. Voces como rock, man, earth son las que aprende un niño inglés desde la más tierna infancia, y que seguirá usando durante el resto de su vida en cualquier circunstancia. En cambio, palabras como tellurian o stellar sólo aparecen cuando el niño ha crecido y se ha enfrentado con la lengua culta y escrita, técnica y científica.

(c) por origen. Ésta es la parte más interesante. Tolkien no sólo era muy sensible al sonido en sí de cada palabra y sus posibilidades "fonoestéticas", sino que sumaba a esta sensibilidad un conocimiento profundo de su etimología, y solía conjugar ambos aspectos de tal modo que nos resulta difícil decidir si en un pasaje determinado un aspecto prima sobre el otro. Con una excepción a medias, las cinco parejas del fragmento están compuestas por un sustantivo de estirpe inglesa y un adjetivo tomado en préstamo del latín. Analicemos brevemente cada vocablo:

  • rock, palabra inglesa que con otros matices ha quedado indeleblemente estampada en los demás idiomas, no tiene en su valor de "piedra, roca" un origen tan inglés como podría pensarse. Se remonta a un raro i.a. rocc (documentado en stán-rocc "piedra elevada, obelisco") probablemente mezclado con el fr.med. roque (o roche), ambos aparentemente del latín vulgar rocca, para el que se supone a veces un origen céltico (br. roch), o tal vez un germ. *hrauka-, o quién sabe. Su adjetivo petreous tiene un linaje más claro sólo hasta cierto punto: del lat. petra, a su vez del gr. pétra, pero a partir de ahí los lingüistas no logran ponerse de acuerdo. Lo que sí es curioso es la forma que usa Tolkien: todo el mundo escribe petrous, mientras que petreous suele ser no más que un error de ortografía.

  • tree proviene, según es fama, del i.a. tréow (con una compleja relación con el i.m. true, trust que evito hábilmente); arboreal nació en el s. XVII, ramificado del latín arbor. En sus raíces lejanas tréow y arbor podrían tener sentidos de "firme" y "elevado", respectivamente.

  • earth proviene directamente del i.a. eorðe, mientras que tellurian surgió del latín tellus, y apareció en inglés recién en el s. XIX. Ambos étimos tienen origen indoeuropeo más o menos bien establecido, y a grandes rasgos poseen los sentidos que nosotros damos a "tierra", aunque aparentemente se aplicaron en principio al "suelo", no al "planeta".

  • El siguiente grupo comparte con seguridad un origen indoeuropeo, pero no puede hablarse de préstamos: star sale del i.a. steorra, con raíz *ster-; stellar apareció en inglés en el s. XVII y se debe al lat. stella, que al parecer no es sino un diminutivo *sterola de aquella misma raíz.

  • En el último par, man viene sin demasiadas complicaciones del i.a. mann; homuncular de homunculus, otro diminutivo latino (de homo) con el sentido de "hombre pequeño o débil" que el inglés adoptó en el s. XVII.

Hecho el repaso, saltan a la vista algunos elementos comunes. El más evidente es que todos los sustantivos tienen un fundamento en el inglés antiguo (incluso una palabra como rock, un recién llegado que sólo logró triunfar concluyendo la Edad Media); los adjetivos, en cambio, sólo entraron al inglés en la Edad Moderna, y siempre directamente del latín. Luego podemos notar que todos los adjetivos están formados con sufijos que indican, a grandes rasgos, "perteneciente o relativo a". Los sentidos de los adjetivos son a veces más específicos. No me refiero a las formaciones de diminutivo, que quizás no deban tenerse en cuenta: el lat. stella no significaba "estrellita", puesto que el positivo ya no existía (el uso que hace Tolkien de homuncular, en cambio, bien puede ser humorístico). Pero, de modo acorde con su distinción de registro, los adjetivos suelen emplearse con valores muy restringidos, como arboreal "que vive en los árboles"; petrous se aplica mucho a "la parte extremadamente dura del hueso temporal que cubre el oído"; etc.

La distinción que esbozo aquí tampoco es absoluta. Tolkien tenía a su disposición medios para evitar los pequeños desfasajes que se observan: por ejemplo, podría haber usado una palabra tan anglosajona como stones en vez de rocks, o podría haber evitado la repetición evidente de una raíz indoeuropea utilizando sidereal en vez de stellar, etc. No lo hizo, lo cual nos recuerda que esto es poesía, no matemática. Pero aun así no puede dudarse de que la distinción es intencional.

Queda la cuestión más importante: este juego de palabras ¿es tan sólo una demostración de virtuosismo lingüístico por parte de Tolkien, o hay que buscarle algún sentido? ¿Y qué pasa con la traducción, especialmente con eso de "las plantas arbóreas"? Las respuestas quedarán para una próxima entrega, en parte porque ésta ya se ha extendido bastante, y en parte porque el que suscribe no está seguro de tenerlas. Se aceptan sugerencias.

martes, 24 de julio de 2007

Yesca y pedernal

¿Qué relación hay entre los enanos de la Tierra Media, los fósforos, y los mocos? ¿Y entre la yesca que llevaba Sam Gamyi en su mochila, la comida y los fusiles?

¿Había fósforos –cerillas- en la Tierra Media? Sí. Hay por lo menos cuatro menciones en El Hobbit, y otra en El señor de los anillos[1]. En todos los casos, son los medianos quienes usan estos practiquísimos adminículos. De los enanos, en cambio, se nos dice que nunca fueron aficionados a las cerillas, y que preferían el tradicional método de la yesca y el pedernal [2].

En inglés, la palabra empleada para cerilla es match, que tiene una curiosa historia. Antes de inventarse los fósforos, se empleaba el término match para referirse a las… mechas. Match y mecha son de hecho “la misma palabra”, derivada del latín vulgar miccia, que a su vez parece deriva del griego myxa cuyo significado original es … ¡moco! (griego myx, latín mucus). Podemos conjeturar –con más o menos probabilidad de acierto- que las mechas de las lámparas colgaban de sus cánulas como la mucosidad asoma de las fosas nasales, y por eso recibieron ese nombre.

En nuestro mundo, la invención y perfeccionamiento de los fósforos fueron accidentados y tomaron cincuenta años (digamos de 1805 a 1855). Explosiones demasiado violentas y envenenamientos masivos causados por el empleo de fósforo blanco postergaron durante mucho tiempo su popularización. Al principio, se bautizó al flamante bastoncito como lucifer, pero el término no prosperó (aunque el italiano fiammifero es un fiel calco del cultismo). Entre tanto, la gente seguía usando el viejo y seguro método de la yesca y el pedernal, y ningún viajero olvidaba llevar consigo su tinder-box (la caja donde se guardaba la yesca, el acero, y el pedernal) [3]. Se raspaba el acero contra la piedra para generar chispas junto a la yesca, que era altamente inflamable, y se soplaba con arte para lograr llama [4]. Era un procedimiento más lento, pero en aquella época había menos prisa (y más verdor, como me acota aquí el señor Tolkien).

Tal vez los enanos desconfiaban de los fósforos por las mismas razones que en nuestro mundo la gente desconfió de ellos hasta que fueron seguros. Aún entre los hobbits esta desconfianza existiría –por lo menos entre la clase más humilde- ya que Sam usa sin excepción yesca y pedernal.

A pesar de todo, puestos a deducir dónde se manufacturarían las cerillas en la Tierra Media, no imagino un lugar más apropiado que la ciudad de Valle, pues entre los saberes enaniles cultivados allí se encontraba el de la pirotecnia. Conclusión: tal vez los enanos no usaban fósforos porque los conocían demasiado bien.

Yesca y pedernal son uno de esos simpáticos pares de palabras que casi siempre van juntas, como matrimonio bien avenido (casos aún más extremos son el de troche y moche, o el de mondo y lirondo; estos ya no salen ni a la esquina sin su cónyuge). En la obra de Tolkien aparecen como flint and tinder (flint=pedernal, tinder=yesca), aunque en la realidad se trata de un trío, porque no debemos olvidar la barra de acero que se requiere para la operación. De hecho, creo que en inglés la frase más típica es flint and steel (al menos Google arroja diez veces más resultados que buscando flint and tinder).

Con el correr de los siglos, la presentación de yesca-pedernal-acero conoció mejoras (los tres componentes engarzados en una sola estructura) que desembocaron en el mecanismo de ignición de las armas de pedernal (fusiles y mosquetes), y finalmente en el moderno encendedor, gracias al cual el antiguo yesquero recuperó su primacía frente al fósforo.

La propia palabra fusil nos recuerda ese origen. Foisil, era el término en francés antiguo para referirse al acero usado en el yesquero, y provenía del latín vulgar *focilis (que produce fuego), pariente de focus, fuego.

Y yesca, por su parte, viene del latín esca, “comida” (relacionado con edere>comedere> comer), por ser alimento del fuego (en italiano se ha conservado el término esca para referirse a la carnada que el pescador pone en el anzuelo).

Respondimos ya todas las preguntas planteadas al comienzo, pero no hemos hecho sino llegar al punto al que dirigía yo estos deambulares, que era presentar en sociedad al señor Casares.

Julio Casares (1877-1964) es el gran filólogo y lexicógrafo granadino autor del Diccionario ideológico de la lengua española, y Hlaford, que es fervoroso lector suyo, me ha hecho notar lo interesante que sería reclutarlo a él también para el equipo de Hurgapalabras. De su libro Críticas mínimas, que es una pieza de colección, acaba de transcribirnos Hlaford un jugoso artículo dedicado precisamente a la palabra yesca. Lectura recomendada por dos motivos: primero, nos enseña qué fácil es decir dislates cuando se hace etimología de aficionados, y segundo, muestra en toda su fuerza el estilo mordaz y lleno de humor del implacable Casares. Bastaba una chispa para encender su fuego, y nunca se ha dicho esto en un contexto más adecuado.


[1] El señor de los anillos, libro 6, capítulo VIII, El saneamiento de la Comarca.
Merry dice: “But Shire-folk have been so comfortable so long they don’t know what to do. They just want a match, though, and they’ll go up in fire”.

[2] El hobbit, capítulo VI, De la sartén al fuego, anteúltimo párrafo.

[3] Para el mochilero con espíritu de reconstrucción histórica puede ser de utilidad la lectura del artículo Seven ways to Light a FIRE without a match. La última de las técnicas explicadas es la del acero y pedernal

[4] Existe un cuento de Andersen llamado justamente Tinderbox (Fyrtøiet en el original danés). Hay versión española

lunes, 23 de julio de 2007

Yesca

YESCA, por Julio Casares.

Si un gran rotativo madrileño abriese mañana una sección de higiene y en ella tomase la pluma un supuesto especialista, el «más docto» de todos, para recomendar las friegas con orines, el emplasto de moscas (para los orzuelos), el excremento de paloma, la enjundia de gallina y demás porquerías por el estilo, ¿no tendrían motivo los lectores para considerarse vejados? ¿Y no sería vituperable en los médicos de veras y hasta en los estudiantes del preparatorio que, por toda protesta, se limitasen a sonreir para sus adentros?

Trasladado el caso a la Filología, y sin salir de mi categoría de estudiante, contesto que no es lícito, aunque sea cómodo, oponer el desdén silencioso a la incompetencia atrevida, y que, hasta donde mis fuerzas alcancen, todo el que hable de lo que no sepa, tendrá que oírselo decir públicamente, quedando yo, naturalmente, a la recíproca y muy agradecido de antemano a mis censores. Si cada cual hiciese lo mismo en su terreno, pronto se verían los frutos de tan útil labor de policía.

Sirva este exordio para que no se tomen a ensañamiento o rencor personal mis reiterados ataques al señor Valbuena, a quien no tengo el gusto de conocer, y cuyos méritos, en otros órdenes de la vida y de la literatura, soy el primero en celebrar.

Es hoy el caso que, aprovechando el circunstancial eclipse de Cavia, nuestro avinagrado preceptor se ha encaramado a la que fué, en El Imparcial, ingeniosa, culta y discreta cátedra de purismo; ha reanudado en ella la sección «Ni limpia ni fija», fracasada en El Liberal, y ya le tenemos otra vez a sus anchas, desbarrando doctoralmente.

En el último artículo sobre la yesca, el señor Valbuena se supera a sí mismo. Ya nos había enseñado a decir estrapajo en vez de estropajo; hoy nos manda que pronunciemos yezca y no yesca. ¿Por qué? Eso ya es mucho preguntar. Porque sí, porque lo dijo Blas...

Después añade que «con haber en el Diccionario tantos disparates, absurdos y ridiculeces», no hay nada «tan ridículo, tan absurdo y tan disparatado como la etimología y la definición de yesca». La etimología reza: Yesca (del latín esca, comida, alimento, por serlo del fuego)». Y el Sr. Valbuena, luego de burlarse a este propósito, no sólo de los «novísimos Cotarelos, Mauras, Leones, Sereixes, Picones y Cerralbos», sino también de los autores de ese glorioso monumento que se llama Diccionario de Autoridades, pregunta: «¿Quién lo ha dicho? ¿Quién dice que la yesca es alimento del fuego?» Como el latín, por lo menos el latín sacristanesco, no tiene misterios para nuestro dómine, me limitaré a copiarle la respuesta que le dejó escrita un tal San Isidoro, que vivió allá por el siglo vii: «Esca vulgo dicitur quod fomes sit ignis». Y en cuanto a que la voz «esca» tuviese ya en el bajo latín el significado actual de yesca, vea el siguiente texto que, con otros no menos elocuentes, figura en el Glosario de Ducange: «Offertur vero episcopo Petra et esca et excussorium».

¿Qué tal, Sr. Valbuena? ¿No siente usted un ligero rubor en las mejillas?

Prosigue el magister: «Mas aparte de no ser verdad lo del alimento» (ya hemos visto que sí es verdad), «el que de la esca viniera la yesca es contra las leyes de transformación de las palabras». Confieso que me da vergüenza enseñar a estas alturas cosas tan elementales a todo un señor «crítico filológico», que lleva casi medio siglo repartiendo palmetazos; pero, ¿es posible, es decoroso siquiera hablar de «las leyes de transformación de las palabras», ignorando hasta el abecé de la lingüística? ¿No ha oído hablar el Sr. Valbuena de las leyes de diptongación? ¿No sabe que entre las lenguas romances hay unas que necesariamente digtongan la e latina en ciertos casos, y otras que no conocen tal fenómeno? No, el inventor del estrapajo no sabe nada de esto.

El vocablo latino esca había de dar, y dió efectivamente, en castellano iesca (luego yesca), por la misma razón que dió en rumano iasca, mientras continuaba como esca para el italiano, gallego, catalán, asturiano, etc.; de igual manera que el latín herba tenía que ser en castellano hierba (yerba) y en rumano iarba, al paso que la e se transmitía sin diptongar al francés, al provenzal, al italiano, al catalán, al asturiano, al portugués, etc.

«¿Quién o por qué –pregunta el Sr. Valbuena con dudosa sintaxis– había de haber regalado a la esca esa y inicial...?» Ya queda satisfecha su curiosidad. Si no le bastan los ejemplos citados, abra cualquier Diccionario y verá que a equa, eremus, erectus y otros vocablos latinos les regalaron también los Reyes Magos una y para que dieran yegua, yermo, yerto, etcétera, etc. También le podrían decir los tiernos parvulitos de la escuela que la i misteriosa aparece en la conjugación de muchos verbos (de «acertar», «acierto»; de «helar», «hiela»), y que cuando cae al comienzo de la palabra se suele convertir en «y» griega (como de «errar», «yerro»; de «erguir», «yergo»).

Hasta aquí hemos contestado a la parte de crítica negativa. Pero el Sr. Valbuena no se ha contentado con censurar: después de haber demolido a la Academia, ahora va a reconstruir de nueva planta. La yezca, como él dice, es «una excrecencia del haya, y en el haya tiene su filiación, su etimología: por ser una excrecencia del haya se la llamó hayezca o hayesca, pues ambas formas indican procedencia o pertenencia pasiva (¡!); siendo, como era, de género femenino se la puso el artículo femenino «la», se dijo la hayezca; y cuando dejó de aspirarse la hache, de la confusión del artículo con la «a» primera del nombre, resultó la eliminación de ésta, como en tantísimos casos análogos, y quedó la yezca

Si digo que en las líneas copiadas no hay una que no tenga un desatino van a creer los lectores que exagero. La yesca de que habla el Sr. Valbuena no es una «excrecencia» ni una secreción, sino un hongo, el boletus fomentarius o igniarius, que se llama en castellano hongo yesquero, en italiano boleto esca, en portugués boleto isca, etc. Tampoco es exclusivo del haya, sino común a otros varios árboles, como el abedul, el roble y la encina.

Pero, lo más gracioso de todo es ese nuevo sufijo ezca, que indica «procedencia o pertenencia pasiva», inventado por el Sr. Valbuena para salir del paso. ¿Cuántos nombres se atrevería a citarnos terminados en «ezca»? A más de que si realmente existiese ese sufijo y se aplicase a las «excrecencias» de los árboles, habríamos de tener, junto a la hayezca (yesca de haya), la abedulezca, la roblezca y la encinezca.

Como se ve, todo el artículo es una verdadera fantasía «valbuenezca».

¿Quiere usted, Sr. Valbuena, escuchar un consejo leal? Jubílese. Aun perdura el recuerdo de los primeros Ripios y de las carcajadas con que fueron acogidas las agudezas de la Fe de erratas. Conténtese con ese recuerdo; piense que los tiempos han cambiado y medite la triste diferencia que hay entre hacer reir a costa ajena y servir de irrisión por cuenta propia.

Julio Casares, Crítica efímera, Madrid, Ed. Saturnino Callejas, 1919

sábado, 14 de julio de 2007

Cantos de hechicería

En post anterior Bungo mencionó a Florence Nightingale, y como a uno le gusta atar cabos sueltos incluso allí donde sólo hay flecos ornamentales, lo tomo como referencia para este primer aporte, que también es reelaboración de un mensaje a la Lista Tolkien.

1. Sigaldry

En esa lista, en el año 1999, se tradujo el poema "Errantry" de Las Aventuras de Tom Bombadil. Entre varias cosas interesantísimas que contiene, como ya mostró Bungo en torno a breeches, está la palabreja sigaldry, que sólo a medias pudo resolverse entonces.

Veamos. El primer traductor de ese segmento (Pedro) encontró estos dos versos:

so long he studied wizardry
and sigaldry and smithying

y los tradujo así:

así pues estudió hechizos
largos años, forja y runas.

que es la forma en que los versos fueron a parar finalmente al libro impreso. A saber, "runas", entre otras razones por exigencia de la rima con "burla" poco antes. ¿Sigaldry equivale a "runas"? Yo en ese momento aventuré alguna relación con el latín sigillum, "sello", por una posible relación con las cosas ocultas; pero no iban por ahí los tiros.

Anteriormente, y fuera de nuestro conocimiento, otros dos traductores al castellano de ese poema habían puesto:

Tanto tiempo había él estudiado magia
Y hechicería y herrería.

(Ramón Passolas Eldarion, publicado online)

Por largo tiempo él estudió hechicería,
y brujería y herrería.

(anónimo, ediciones MYDAD, México)

Entonces, "hechicería" y "brujería", alternando con "magia" y probablemente como sinónimos de ésta. A la larga, según se verá, estaban más cerca de la verdad que las "runas" y los "sellos".

En alguna ocasión Tolkien hizo comentarios sobre esta palabra que nos ponen sobre la pista.

En Cartas #133 decía a Rayner Unwin, sobre la transmisión oral del poema en cuestión: "despertó mi curiosidad la obtención de una versión oral, que sostenía mi posición acerca de la transmisión oral (en cualquier caso, durante las primeras etapas): las 'palabras difíciles' se conservan mientras que las más corrientes se alteran, pero el metro con frecuencia queda perturbado". En una nota a este pasaje, el editor cita una carta al músico Donald Swann (14 de octubre de 1966), que leemos un poco más completa en La traición de Isengard, p. 128: "Fue un rasgo curioso mantener la palabra sigaldry, que cogí de un texto del siglo XIII (y está registrada por última vez en The Chester Play of the Crucifixion)".

Pero antes de pasar a ese "texto del siglo XIII", notemos la ocasión en que TI cita la palabra. Se trata de una revisión de las versiones anteriores de "Errabundo" (y al mismo tiempo de la canción de Bilbo sobre Eärendil en el SA). Se encuentra varias veces, y en todas ellas Minotauro la ha dejado sin traducción. La más antigua corresponde a la primera versión (1933) dada en TI:105, con versos idénticos a los ya mencionados. Luego (TI:111) leemos:

Of glamoury he tidings heard,
and binding words of sigaldry;
of wars they spoke with Enemies
that venom used and wizardry.

De hechizos oyó historias,
y palabras mágicas de sigaldry;
hablaron de guerras con el Enemigo
en las que se usan el veneno y la magia.

(Hay un error en la traducción del último verso: la idea es que son sólo los Enemigos quienes usan veneno y magia). Luego se repite en TI:117, intercambiando sigaldry con wizardry.

Pero el primer uso (conocido) de la palabra por parte de Tolkien se sitúa en realidad bastante antes, en marzo de 1928, cuando componía la larga Balada de Leithian. Allí habla de Thû (Sauron):

Master of Wolves, whose shivering howl
for ever echoed in the hills, and foul
enchantments and dark sigaldry
did weave and wield. In glamoury
that necromancer held his hosts
of phantoms and of wandering ghosts [...]

Traducido en Las Baladas de Beleriand, págs. 263-4, como:

el Amo de Lobos, cuyo estremecedor aullido
por siempre reverberaba en las colinas, y repugnantes
encantamientos y oscura hechicería
entretejía y esgrimía. En magia
mantenía aquel nigromante a sus huestes
de fantasmas y de espectros errantes [...]

La edición inglesa de BB incluye un glosario de palabras raras; en él, Ch. Tolkien explica sigaldry como sorcery ("hechicería").

Hasta aquí bien; pero ¿qué quiere decir la palabra, de dónde proviene, y en qué se distingue de sorcery, wizardry, magic, etc.?

Hace varios años, Michael Martínez publicó en la red un artículo ("And Now, For the Rest of the Poem"), donde trazaba la curiosa historia de la relación entre el poema "Errabundo" y El Señor de los Anillos: en 1952, el poema sirvió de nexo para que Tolkien volviera a tomar contacto con Rayner Unwin y lograse por fin publicar la novela (Cartas #133: "¿Puede hacerse algo para abrir las puertas que yo mismo cerré?").

Pero lo que nos importa ahora es que Martínez comentaba sobre sigaldry: "No tengo idea de qué manuscrito era ése, y ni siquiera sé de qué idioma proviene la palabra. Es una palabra perdida y olvidada, salvo por el hecho de que Tolkien la usó en un poema relativamente menor que tuvo un enorme impacto en la literatura moderna...". Aparentemente, algunos lectores quisieron despejar su duda, porque en comentarios posteriores al ensayo dice: "Varias personas que tienen acceso a libros que no poseo han determinado que la palabra sigaldry que usa Tolkien proviene del poema King Alisaunder, del siglo XIII, una reelaboración fantástica de la vida de Alejandro Magno".

Ahora bien, podemos ser un poco más específicos. La palabra sigaldry se conserva principalmente en tres textos. Uno de ellos es el Alisaunder, que conocemos por fragmentos muy distintos entre sí. En uno de sus manuscritos (LinI 150) leemos: He wot of þis sygaldrye / Þat þis trowes kan lye (¿algo así como "sabía por esa magia (sygaldrie) que esos árboles pueden mentir"? Mi inglés medio es deplorable). Otro manuscrito (Auchinleck) da en cambio trigoldrie, que es "engaño" (aparentemente tomada del francés antiguo).

Otro de los textos es el conjunto de Chester Plays que menciona Tolkien, una colección de representaciones sacras de alrededor de 1500. Allí sale al menos dos veces, dependiendo una vez más de qué manuscritos se tengan en cuenta. En una de las piezas (XVII) Pilatos dice a José de Arimatea: Burye him wher thy wil be, / But look thou make no sigaldry, que sería "entiérralo (sc. a Jesús) donde quieras, pero no vayas a hacer hechicería". En otra, un judío le dice a Jesús: Come then forth with thy sigaldry / And speak with the kinge!, que es "Ven con tu magia y habla con el rey (Herodes)!" - otros manuscritos usan aquí más bien rybaldrye, que vendría a ser "burla (obscena)".

Pero el tercer texto en que encontramos la palabra es, ni más ni menos, el Ancrene Wisse (o Ancrene Riwle). ¿Qué es? No es un poema (como dice una nota de Las Aventuras de Tom Bombadil, error del que soy responsable), sino un tratado, compuesto a principios del siglo XIII, sobre cómo han de vivir las anacoretas.

Lo significativo es que Tolkien trabajó durante muchos años sobre este texto y otros relacionados con él. Cuando Carpenter en su Biografía pinta la vida cotidiana de Tolkien en Oxford (desde 1926), se lo imagina en su estudio con "una joven graduada que estudia inglés medio":

A las nueve y diez ella y Tolkien están enfrascados en su tarea, estudiando el significado de una palabra dudosa del Ancrene Wisse [...] La muchacha frunce un poco el entrecejo ante el complicado discurso de su profesor, y lo difícil que le resulta comprenderlo por la rapidez y, a veces, la falta de claridad con que se expresa. Pero apenas empieza a entender el sentido de su argumentación y el objetivo que persigue, comienza a tomar notas en el cuaderno entusiasmada. Cuando su 'hora' de supervisión concluye, a las once menos veinte, siente que ha recibido una nueva imagen de la forma en que el autor medieval elegía las palabras.

(Uno adivina que la "joven graduada" es Mary Salu, de quien Tolkien fue tutor y que en 1955 publicó una traducción del Ancrene Wisse con prólogo de Tolkien).

T. Shippey, en El Camino a la Tierra Media, págs. 59-61, enumera algunos de los trabajos de Tolkien sobre el Ancrene Wisse y otras obras relacionadas, principalmente su ensayo "Ancrene Wisse and Hali Meidhhad" (1929), al que llama "la más perfecta, aunque no la más conocida de sus obras académicas". Tolkien también preparó durante muchos años una edición de uno de los manuscritos (Corp-C 402) del Ancrene Wisse, que salió a la luz finalmente en 1962 (última de sus obras académicas publicada en vida).

Ahora bien, en la cuarta parte del Ancrene Wisse leemos que entre las formas de debilidad en la fe se encuentran sigaldrie, false tollunges, leuunge o nore, on swefne & alle wiche creftes, que vendrían a ser "encantamientos, falsa hechicería, la creencia en los sueños, en los estornudos y en todas las brujerías" (lo de los estornudos es curioso, ¿no? Pero cierto).

Es cierto que otros manuscritos (en especial el Corp-C 402 que editó Tolkien) incluyen más bien un plural sigaldren, de un supuesto singular sigalder, que vendría a ser la forma básica de la palabra en inglés medio (la terminación -ie de sigaldrie, aparentemente, sería de origen francés). Aun así, ¿no es más probable que el "texto del siglo XIII" que menciona Tolkien fuese el Ancrene Wisse, más que el Alisaunder? Pero podemos asumir, de todos modos, que Tolkien estaba familiarizado con ambos textos y sus variantes.

Y por fin: ¿qué significa exactamente la palabra, y de dónde viene?

Para eso tenemos que remontarnos hasta el inglés antiguo, la lengua en que está compuesto el Beowulf. Como parte de cierto hechizo de viaje anglosajón se utiliza esta fórmula:

Sygegealdor ic begale, sigegyrd ic me wege,
wordsige and worcsige

que podríamos traducir libremente como:

Entono un hechizo, empuño una vara mágica:
palabras y acciones poderosas.

Al parecer, se trata del único sitio en que está registrada esta palabra sygegealdor, que el diccionario de anglosajón de Bosworth-Toller define como 'a charm that gives victory'. Pero sus elementos son bien conocidos: sige es "victoria" y gealdor es "canto" (sust.). Una traducción literal de esos versos del hechizo suena mucho más repetitiva: "canto un canto de victoria (sygegealdor), empuño una vara de victoria (sigegyrd), victorioso en la palabra (wordsige), victoriosa en la acción (worcsige)". La repetición de sige (o syge), evidentemente, colabora en el éxito del hechizo (al menos, por cansancio).

He ahí, entonces, el sigaldry: un hechizo cantado, para el que nuestro idioma tiene una palabra excelente: "encantamiento". Aquello era lo que usaba Thû (Sauron) en la Isla de los Licántropos, y lo que estudiaba el marinero errabundo. Nada que ver con runas ni sellos, que se relacionarían en todo caso con hechizos escritos.

2. Nightingale

Ya viene siendo largo el post, pero todavía falta llegar a Florence. El lector atento ya lo habrá adivinado. El gal de sigaldry es el mismo que el de nightingale "ruiseñor": en inglés, esta ave es "el cantor de la noche".

Decíamos que sygegealdor era un canto de poder. En verdad, parece que en la literatura anglosajona gealdor y el verbo relacionado galan se aplican sobre todo a usos mágicos. Para los tolkienófilos, el ejemplo más conocido es el Beowulf, verso 3053: iúmonna gold galdre bewunden, "el oro de los hombres de antaño envuelto en encantamientos", que Tolkien usó como primer título de lo que más tarde sería su poema "El tesoro".

En Arda, el ruiseñor es una de las aves más conocidas, junto con los cisnes y las águilas. Él también es un poderoso cantor. Tiene dos nombres élficos: tinúviel, que significa "hija del crepúsculo", y lómelindë, que es justamente "cantor de la noche", un calco de nightingale. No es casualidad que Beren haya elegido llamar Tinúviel a Lúthien: según el Silmarillion, los ruiseñores aprendieron su canto de Melian y la acompañaban; en Nan Elmoth el rey Elwë "escuchó de pronto el canto de los ruiseñores. Entonces cayó sobre él un encantamiento y se quedó inmóvil; y a lo lejos, más allá de las voces de los lómelindi, oyó la voz de Melian". Tampoco es casualidad que Lúthien signifique "encantadora".

El Silmarillion no dice que se oyesen ruiseñores en el encuentro entre Beren y Lúthien, pero sí cuando ella lo rescata de la Isla de los Licántropos con "un canto que ningún muro de piedra podía detener. Beren la oyó y pensó que soñaba; pues arriba brillaban las estrellas y cantaban los ruiseñores". Al respecto, es interesante un pasaje del buen libro de J. Garth Tolkien and the Great War, p. 265:

El ave que acompaña a Tinúviel, el ruiseñor, es un emblema adecuado para la eucatástrofe, pues derrama su canto de flauta cuando todo está oscuro. Puede medirse su significado simbólico en las palabras de los hombres que estuvieron en el Frente Occidental. A Rob Gilson, al oír un ruiseñor en una madrugada de mayo, desde su trinchera, le parecía "maravilloso que las bombas y las balas no lo hubiesen expulsado, cuando se muestran siempre tan tímidos ante todo lo que sea humano", mientras que Siegfried Sassoon escribió que "la canción perfecta de un ruiseñor ... parecía un milagro, luego de la desolación de las trincheras".

Rob Gilson no es sino uno de los miembros de la TCBS que murieron en el Somme en 1916.

Pero cerremos el círculo de una vez, y que sea con una última alusión a enfermeras que cantan. Dos veces, según el relato del Silmarillion, Lúthien cura a Beren de sus heridas asistida por Huan. En la primera se trata de la flecha de Curufin; en la segunda, de la mordedura de Carcharoth:

Pero esta herida era terrible y emponzoñada. Durante mucho tiempo yació Beren, y su espíritu erraba por los oscuros límites de la muerte, conociendo siempre una angustia que lo perseguía de sueño en sueño. Entonces, de pronto, cuando la esperanza de ella casi se había agotado, Beren despertó, y al mirar hacia arriba, vio hojas contra el cielo; y oyó bajo las hojas a Lúthien junto a él, que cantaba con una voz suave y lenta. Y era primavera otra vez.

domingo, 8 de julio de 2007

Un paseo en ambulancia

En el último post dejé pendiente un paseo en ambulancia, (o por la palabra ambulancia que aparece en el relato Hoja, de Niggle).

Aunque desde siempre se utilizaron carros para transportar heridos en las batallas, parece que fue durante la guerra de Crimea (1853) cuando la denominación ambulance, derivada de hôpital ambulant se consolidó en los idiomas francés e inglés, precisamente en el frente anglo-francés.

Es interesante constatar que la guerra de Crimea fue una de las primeras en ser fotografiada y contar con la presencia de periodistas corresponsales de guerra. El impacto en la opinión pública de las imágenes y los relatos desde el frente fue profundo, y en poco tiempo se organizó una estructura de asistencia a los heridos que hizo viajar hasta Turquía a muchas voluntarias, lideradas por Florence Nightingale , la pionera de las enfermeras. Por primera vez se planteó la necesidad de asistencia médica y sanitaria en las guerras, y poco tiempo después se organizó la Cruz Roja*.

Ambulancia proviene del verbo latino ambulare, que significaba pasear, y que nos dio ambulante, deambular, amblar, sonámbulo y preámbulo. Desmenucemos un poco ese ambulare latino: era un compuesto de amb (alrededor) + bulare (probablemente de la raiz BA=caminar), es decir, caminar sin dirigirse a un punto determinado, pasearse. Es posible también que sea una forma atenuada de ambire, (el mismo prefijo amb + ir = caminar en torno), que dio ambición (cuya acepción original es “andar constantemente en torno a una cosa”) y ámbito. Lo interesante es que ese prefijo amb- (paralelo al griego αμφι), quiere a la vez decir “alrededor, en torno”, y “dos”, como podemos ver en ambiguo (que conduce a dos lados), o, derivados del griego αμφι: anfibio (vida en ambas partes),o ánfora (con dos manijas).

¿Qué relación puede haber entre alrededor y dos? Cuando llegamos a este tipo de preguntas es que mi pasión etimológica alcanza su punto máximo, porque nos enfrentamos a los conceptos gnoseológicos más elementales, lo que es decir: nos acercamos al modo como los humanos percibimos y damos cuenta del mundo.

En efecto, una de las realidades que más nos definen a los seres animados es que tenemos dos lados simétricos (izquierdo y derecho). Esto que nos puede parecer una perogrullada, en verdad merecería de nuestra parte un virginal asombro chestertoniano**. No puedo dejar de recordar y recomendar a este respecto el libro Izquierda y derecha en el Cosmos, de Martin Gardner, que nos revela muchas cosas asombrosas derivadas de la no tan banal noción de simetría.

Tenemos dos lados, y si decimos que alguien miró a uno y otro lado, sabemos que ha cubierto todo el campo visual. De modo que a ambos lados equivale a en torno. He aquí la relación oculta (o no tanto) ente dos y alrededor que intuyeron nuestros antepasados lingüísticos.

Y para terminar este deambular, no puedo dejar de citar un interesantísimo artículo que he leído recientemente en Filóblogos, el excelente blog de nuestro amigo Eleder y Fiondil. En él, Fiondil nos ilustra sobre otras asombrosas asociaciones que hacen los lenguajes a partir de la orientación espacial de nuestro cuerpo (en concreto, la noción de adelante-atrás y su relación con el eje pasado-futuro).

Es hora de despedirnos de nuestra ambulancia, de Niggle, de Florence Nightingale, y de la guerra de Crimea, recordando que en cada palabra hay una historia, por lo cual no sería exagerado esperar que en cada historia estén todas las historias.


* Para enlazar con otro tópico de Hoja, de Niggle, señalemos que la guerra de Crimea fue también la primera en que se utilizó ese nuevo medio de transporte: el tren. Como transporte de tropas e insumos, pero también como unidad sanitaria.

** La capacidad del asombro de la que habla Chesterton en el capítulo La ética en tierra de duendes, de su libro Ortodoxia. Un excelente cotejo de ese texto con el ensayo de Tolkien Sobre los cuentos de hadas puede encontrarse en el artículo Volver al hogar : por qué leer cuentos de hadas hoy, de Cecilia Fernández Rivero, revista Mathoms, nro. 11, octubre de 2004